Luna era una lámpara nueva y brillante, con una luz que podía cambiar de color.
La compraron en una tienda elegante y la llevaron a una casa antigua llena de muebles viejos y recuerdos. En la casa vivían una abuela cariñosa llamada Leonor, su nieto Jair, que siempre estaba con su teléfono, un gato gruñón llamado Patricio, y un viejo reloj de péndulo llamado Tic-Tac, que llevaba décadas marcando las horas con su sonido constante.
Al principio, a nadie le gustaba Luna. La abuela Leonor prefería su lámpara de aceite antigua, que había sido un regalo de su esposo. Jair solo encendía a Luna para tomar fotos de sus videojuegos, y Patricio, el gato, se escondía debajo del sofá cada vez que la veía. Tic-Tac, el reloj, comentaba con su voz mecánica: «Las cosas nuevas no duran...».
Una tarde, la abuela Leonor estaba leyendo un libro en su sillón favorito, pero el sol se escondió tras las nubes y la habitación se oscureció. Luna, viendo que la abuela forcejeaba para ver las letras pequeñas, se encendió lentamente, iluminando las páginas con una luz cálida y suave. La abuela levantó la vista, sorprendida, y sonrió. «¡Gracias, querida!», dijo. Aquella noche, por primera vez, la abuela dejó encendida a Luna en lugar de su lámpara de aceite.
Patricio seguía sin confiar en ella. Una noche de tormenta, mientras los truenos retumbaban, el gato se escondió temblando en un rincón oscuro del pasillo. Luna, recordando que a Patricio le asustaba su brillo, se encendió en una luz tenue,como el cielo tranquilo antes de la lluvia. Poco a poco, Patricio se acercó, atraído por la calma de aquella luz, y se acurrucó junto a Luna. Desde entonces, el gato dormía cerca de ella todas las noches.
Jair era el mayor desafío. Pasaba horas jugando en línea, sin levantar la vista.
Una tarde, Luna se atrevió a hacer algo valiente: cuando Jair estaba transmitiendo un juego en su computadora, la lámpara cambió su luz a un rosa vibrante, luego a un verde brillante, y finalmente a un dorado suave. Jair, frustrado al principio, dejó el control y observó. «¿Cómo haces eso?», murmuró, tocando a Luna con curiosidad. Esa noche, Jair se sentó junto a su abuela y le preguntó: «¿Me lees un cuento?».
Pero el momento más importante llegó durante una cena familiar. De pronto, toda la casa se quedó a oscuras por un apagón. La abuela Leonor buscó velas, Jair gritó asustado, y Patricio saltó al regazo de la abuela. Entonces, Luna recordó que tenía una batería de emergencia. Con un esfuerzo, se encendió al máximo, llenando la sala de una luz dorada y brillante.
La familia se reunió alrededor de Luna. La abuela Leonor contó historias de su juventud, Jair imitó sombras en la pared con las manos, y Patricio perseguía los reflejos de la luz. Tic-Tac, el reloj, dejó de criticar y sus tics sonaron al ritmo de las risas.
Al día siguiente, la abuela Leonor colocó a Luna en el centro de la sala, junto a la foto de su esposo. «Él habría adorado tu luz», dijo. Jair, ahora, usaba a Luna para leer cómics por las noches, Patricio ronroneaba a sus pies, Tic-Tac marcaba las horas con un sonido más alegre, y la lámpara de aceite vieja descansaba en un estante, sin celos, disfrutando del descanso.
Luna ya no era solo una lámpara nueva. Era parte de la familia. ☁
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