La noche cubría la ciudad con una niebla espesa que pegaba a los edificios como un trapo mojado. Las calles estaban vacías, solo las luces de los postes parpadeaban sin parar, formando círculos de luz amarilla en el pavimento. En un edificio de oficinas de diez pisos, en el cuarto nivel, una mujer terminaba su trabajo. Su escritorio, iluminado por una pequeña lámpara, estaba rodeado de salas oscuras y silenciosas. Las pantallas de las computadoras cercanas brillaban con imágenes que se movían despacio, como hojas arrastradas por un río lento.
El aire olía a café viejo y
hojas de papel. Las paredes tenían estantes llenos de carpetas ordenadas, pero
en el suelo, cerca de un basurero, había migajas de galletas y un posavasos con
manchas de tinta. La mujer guardó su computadora en la mochila y se puso el
abrigo. Al levantarse, su silla giró con un chirrido agudo que sonó fuerte en
el silencio.
Caminó hacia el pasillo, donde
las luces del techo titilaban como velas a punto de apagarse. Al final, estaba
el ascensor, pero ella decidió usar las escaleras. Bajó los primeros escalones,
sus zapatos haciendo eco en el metal. En el tercer piso, notó algo extraño: las
paredes, antes blancas, ahora brillaban como si estuvieran cubiertas de aceite.
Se detuvo. El aire se sentía helado, y su respiración formaba pequeñas nubes
blancas.
Siguió bajando, pero cada piso
parecía igual. Las puertas con números rojos siempre marcaban «4». Las
escaleras no terminaban nunca, y las paredes empezaron a gotear un líquido
pegajoso que caía hasta formar pozos en los escalones. El sonido del agua
resonaba, como si el edificio estuviera gritando.
Volvió al cuarto piso,
corriendo, pero su oficina había cambiado. Los escritorios estaban cubiertos de
polvo, y las pantallas mostraban niebla blanca y negra. En su silla, había ropa
arrugada: un traje igual al suyo, vacío, como si alguien hubiera sacado el
cuerpo de adentro.
En la ventana, donde antes se
veían edificios altos, ahora solo había oscuridad. Pero lo más extraño estaba
en el cristal: su reflejo no la imitaba. Movió la mano derecha; la figura movió
la izquierda. Ella sonrió; el reflejo mantuvo la boca quieta, seria.
Huyó hacia el ascensor, que
ahora sí abrió. Afuera, la ciudad seguía igual: con niebla y silencio. Esa
noche, al llegar a casa, no se miró en ningún espejo. ☁